Sitio del Dr. Eduardo Rapoport

Entrevista

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Foto en ECOTONO: Guillermo Boido
La primera guerra mundial de las especies
Entrevista realizada por Guillermo Boido (Departamento de Física, Universidad Nacional de La Plata) y Rodolfo M. Casamiquela (Fundación Ameghino, Viedma). Publicado en Ciencia Hoy, Buenos Aires, vol.1, Nº6, marzo de 1990 : págs. 38-47.

"Para el lego, un bosque es más hermoso que una pradera y ésta es más hermosa que un desierto. El ecólogo que estudia y comprende la belleza de las cosas naturales, aunque en otro plano, está muy cerca del santo y del místico que sienten profundo respeto y admiración por la obra natural. Al desierto, si se lo conoce se lo ama y está tan repleto de belleza como el bosque".

Eduardo H. Rapoport

Nacido en 1927 en Buenos Aires, expone así uno de los pilares de su visión del mundo, en la que se conjugan el conocimiento científico y una dosis poco habitual de sabiduría.
Doctorado en biología en la Universidad de La Plata, en 1956, Rapoport emprendió luego de su graduación un camino que lo alejó de su pretensión inicial de dedicarse a la biología teórica y lo llevó a convertirse en un ecólogo de relevancia internacional. Como en el caso de muchos otros investigadores argentinos de su generación, ello ocurrió al vaivén de episodios críticos de la historia nacional y latinoamericana que le imposibilitaron la continuidad de su tarea científica y lo obligaron a modificar con frecuencia su país de residencia y su ámbito de estudio. Frutos de este itinerario han sido, para Rapoport, sus trabajos en microfauna del suelo en el Instituto de Edafología e Hidrología de la Universidad del Sur (del que fuera director), en biogeografía en el Instituto de Zoología Tropical de la Universidad Central de Venezuela, en ecología geográfica en la Fundación Bariloche y en ecología urbana y de las especies invasoras en el Instituto de Ecología de la Ciudad de México.
Finalizada momentáneamente esta peregrinación, Rapoport reside desde 1984 en San Carlos de Bariloche, donde se desempeña como profesor titular en biogeografía en la Universidad Nacional del Comahue y dirige un centro de investigaciones cuyo extraño nombre es Ente Codisciplinario Organizado para el Tratamiento Óntico de Númenes Oropélicos (ECOTONO). Investigador superior del CONICET y miembro honorario de la Ecological Society of America, Rapoport ha publicado numerosos trabajos científicos y de divulgación, además de cinco libros acerca de temas de su especialidad.
A los efectos de ésta entrevista, elaborada al cabo de dos conversaciones que Rapoport sostuvo con Ciencia Hoy en Bariloche, importó menos explorar los aspectos técnicos de su frondoso currículum que poner en evidencia su capacidad reflexiva, expresada a veces con un lenguaje humorístico infrecuente, acerca de las relaciones del científico y el hombre con la naturaleza y la sociedad. Sin prejuicios y por momentos a contramano de opiniones y creencias ortodoxas, Rapoport aborda una serie de temas que lo apasionan: su "paseo al azar" por el mundo de la investigación; su concepción de la ciencia, sus opiniones sobre las conflictivas interacciones actuales entre el hombre y su medio.
En el sentido común de la ciencia, el matemático y antropólogo Jacob Bronowski ha caracterizado a cierto arquetipo de científico moderno, solemne y aislado de su sociedad, como un "extranjero misterioso".
Comprometido hasta la médula con la defensa del patrimonio genético y autor de un prefacio en el que exige de los investigadores que declaren sus gustos culinarios, Rapoport no encaja en el modelo. Seguramente Bronowski hablaba de otra gente.

¿Qué influencia tuvieron sus profesores del Colegio Nacional Sarmiento en su decisión de dedicarse a la biología? ¿Guarda buen recuerdo de ellos?
Salvo honrosas excepciones, no tuvieron ninguna influencia. Eran un desastre. Yo había decidido estudiar biología ya en quinto grado de la escuela primaria, pero al entrar a la secundaria los textos no me satisfacían y leía en cambio a Eddington, Pierantoni, y Bertrand Russell. Ello me significó la enemistad de mis profesores, que me castigaban con ceros y unos en Botánica y Zoología. Desde su punto de vista yo era un pésimo alumno y, por mi parte, casi nunca me sentí a gusto en un aula hasta que ingresé a la Facultad de Ciencias Naturales de La Plata.

¿Por qué La Plata? Usted es porteño y en aquella época vivía en Buenos Aires.
A mediados de los años cuarenta poco y nada era lo que se hacía en biología en la Universidad de Buenos Aires ya que prácticamente había sido destruida. En La Plata, en cambio, había un grupo de gente muy capaz, muy trabajadora, aunque quizá demasiado orientada hacia la taxonomía, la descripción de nuevas especies de la flora o de la fauna. En realidad yo quería dedicarme a la biología teórica, la epistemología, tratar con el problema del origen de la vida. Así que, con mi hermano mayor Osvaldo, que era meteorólogo pero con muchos intereses en esos temas, nos dedicamos a escribir lo que iba a ser el trabajo más arduo de cuantos hice. Trataba sobre la definición y el origen de la vida, y mereció la discusión y la crítica de un grupo de gente que se reunía en el consultorio de mi padre, que era médico, en la calle Corrientes y Uruguay, donde estaba el restaurante La Emiliana: Rolando García, Gregorio Klimovsky, Oscar Varsavsky, Gino Germani y otros. Ahí ellos estudiaban y discutían temas de filosofía de la ciencia, de la sociología, porque en eso años del peronismo no se permitía la reunión pública de más de cuatro personas. Bueno, el hecho es que mi hermano y yo, durante siete años, armamos y desarmamos el famoso trabajo hasta que finalmente lo publicamos en la revista del Museo de La Plata en 1955. Recibimos comentarios elogiosos de Oparin y de Bertalanffy, y llegamos a pensar que habíamos revolucionado la biología. La realidad es que la biología no se revoluciona tan fácilmente.

¿En qué quedó ese interés inicial por la biología teórica?
En nada. Las circunstancias personales y laborales me obligaron a ocuparme de otros temas. La biología teórica fue un sueño de juventud que no pudo ser. Uno no siempre elige.

¿Cuál fue la circunstancia concreta que lo llevó a orientarse hacia la ecología? Porque poco después de la fecha en que publicó su trabajo aparece en Bahía Blanca, convertido en un experto en microfauna del suelo.
Hubo una historia previa. Meses antes de la caída del peronismo, en 1955, decidí que debía intentar irme a investigar al exterior, y le escribí al biólogo que más admiraba: el inglés J.B.S. Haldane. Para mi sorpresa me contestó. Dijo que me recibiría con mucho gusto en su laboratorio, pero no en Inglaterra sino en la India, y que me esperaba en Nueva Delhi. Haldane había resuelto renunciar a su ciudadanía en oposición a la política imperialista británica y radicarse en la India. Me puse a hacer los trámites para viajar y en ese momento se produjo el golpe militar que derrocó a Perón. Como consecuencia del nuevo gobierno se crearon nuevas universidades, y entre ellas la Universidad del Sur. Alguien a quien yo apreciaba mucho, Vicente Fatone, me invitó a trabajar allí y acepté, así que, en lugar de instalarme en la India me fui a Bahía Blanca, mientras me preguntaba qué diablos podía hacer un biólogo en un Instituto de Edafología e Hidrología, sobre suelos y aguas. Al fin me decidí por la hidrología y trabajé con cangrejos, almejas, plancton. Ahí, de a poco, me fui convirtiendo en ecólogo. Mi atención se centró entonces en la microfauna del suelo. Se sospechaba, aunque no se había demostrado ni cuantificado en condiciones controladas, que los animalitos del suelo son los humificadores que degradan las plantas y hojas muertas. Me dediqué a criar y estudiar un grupo muy primitivo de artrópodos, los colémbolos, unos bichitos de alrededor de un milímetro de largo que viven en el suelo. Puede haber entre miles y decenas de miles por metro cuadrado. Al final, logré medir cuanto producen, en ácidos húmicos y fúlvicos, por año. Pero por falta de experiencia cometí el error de publicar sólo el resúmen del trabajo y, para colmo, en castellano. Ergo: el único que lo leyó fui yo. Más tarde, afortunadamente, pudimos formar un grupo de unas ocho personas. Nos divertimos jorobándolos a esos pobres bichos, averiguando cuántos viven, cómo se distribuyen espacialmente, cómo son afectados por las lluvias, inundaciones, heladas y sequías, cómo se desplazan y dispersan (siguen trayectorias en todo parecidas a un movimiento browniano), qué relaciones tienen con las raíces de las plantas, con los fertilizantes, herbicidas y fungicidas. Este trabajo por supuesto fue, por momentos, sumamente divertido o sumamente tedioso según como uno mirara la investigación. Si uno toma el asunto como una diversión, no son suficientes las horas del día para dedicarse. No alcanzan los sábados, ni domingos, ni feriados. Por el contrario, si uno lo toma como una obligación se transforma en un infierno y uno no ve el momento de volver a casa.

¿Hubo alguna actividad especialmente difícil?
Una de las más dificultosas era la ubicación taxonómica, o sea, el averiguar los nombres correctos de las especies con que trabajábamos. Normalmente uno consulta con especialistas para esa tarea, pero no siempre están a mano y no siempre disponen de tiempo para responder a los pedidos que les llueven de todos lados. Yo también tuve que dedicarme a la taxonomía, cosa muy absorbente aunque fascinante, porque ahí es donde uno empieza a entender qué es una especie y a comprender un poco de evolución. Tardé un año y medio en averiguar cómo se llamaba una especie que había mantenido en cultivo. Aparecían docenas de especies de colémbolos, algunas conocidas pero por primera vez halladas en la Argentina o en América, y otras nuevas. Ya ve que no es necesario irse al Nepal o al Amazonas para encontrar especies desconocidas. Hasta pueden aparecer en el jardín de nuestras casas.

Es de suponer que eso requiere elegir un nombre para esas especies nuevas. ¿Qué nombre les ponía?
Generalmente el de alguna característica resaltante de la especie, en latín o en griego, o relativa al lugar geográfico donde fue encontrada. Por ejemplo, australis, bonariensis, araucana; pero también me propuse aprovechar la oportunidad para rendir homenaje a gente a quien respetaba o apreciaba mucho. Algunas de esas especies llevan el nombre de Haldane, Gabriela Mistral, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Heitor Villalobos, Ovidio Nuñez (el citogenetista). Cuando el matemático Antonio Monteiro miró al microscopio el colémbolo al cual yo le había puesto su nombre pegó un respingo y me dijo: "Usted se ha burlado de mi. iLe puso mi nombre a un bicho de cuatro ojos porque uso anteojos!". Cierta vez descubrí un colémbolo que era a la vez especie y género nuevos. Decidí que era una oportunidad única para vengarme del entonces rector de mi universidad, quien me había hecho la vida imposible. Le puse su apellido seguido de la palabra incultus. Días más tarde pasó a visitarme por Bahía Blanca mi ex profesor y maestro Raúl Ringuelet y, charlando con él, le mostré orgulloso mi hallazgo y le informé de cómo se llamaría. Se me heló la sangre en las venas cuando frunció el ceño y me dijo: "Me extraña, Rapoport, que usted cometa semejante desatino e injusticia". En ese momento me arrepentí de habérselo comentado pues deduje que eran parientes o amigos. Pero la situación se aclaró cuando terminó la frase: "¿Cómo se le ocurre dejar manchada para siempre y de manera indigna a una bellísima e inocente criatura de la naturaleza?". Claro está, yo no lo había pensado desde el punto de vista del animalito así que, en ese momento, decidí cambiarle el nombre. Por el contrario, nunca me arrepentí del nombre que le puse a un colémbolo que fue hallado en el Domeyko por un grupo de la Universidad de Chile. Se trata de una puna donde no crece ni una brizna de pasto, el desierto mas desértico del mundo ya que allí jamás se ha registrado una lluvia. Por haber logrado vencer tamaña agresión ambiental, por medios pacíficos, le puse a esa especie el nombre de Gandhi.

Usted renunció cuando Onganía intervino las universidades en 1966, pero no pertenecia a la más afectada, la de Buenos Aires. ¿Hubo alguna razón especial para haber adoptado esa resolución?
Me sentí herido profundamente, aunque a mí, en Bahía Blanca no me ocurrió en lo personal absolutamente nada. Simplemente me resultaba indignante que hubiese sido destruida la que consideraba la primera universidad en serio que existía en Latinoamérica. Así que me fui del país, esta vez sí, por invitacion de la Universidad Central de Venezuela. Fue algo curioso porque, cuando llegué al lnstituto de Zoología Tropical, mi lugar de trabajo, resultó que estaba cerrado. En julio la policía argentina repartía garrotazos entre los universitarios en Buenos Aires, y en diciembre, cuando llegué a Caracas, la Dirección General de Policía hacia casi lo mismo con los venezolanos. Habían entrado a la Universidad, roto laboratorios, destruido instalaciones. No tuve más remedio que esperar, buscar departamento para mi familia, escuela para mis hijos...

¿En qué trabajó allí?
Seguí con la microfauna del suelo, al menos al principio. Anteriormente, cuando era director del lnstituto de Edafología había organizado una expedición a la Patagonia a la que, con ayuda del CONICET, pude invitar a Delamare de Boutteville, Ringuelet y Santiago Olivier. En materia de bichos del suelo encontramos una enorme cantidad de novedades, que ocuparon cuatro volúmenes publicados por el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y CONICET. Ahí empecé a comprender las extraordinarias relaciones que hay entre la fauna de los suelos de la Patagonia y las de Nueva Zelandia, Tasmania y parte de Australia. Y entonces se despertó mi interés por la biogeografía. En aquel momento era un quemo hablar de deriva continental, y los biogeógrafos eran prácticamente los únicos que defendían la teoría de Wegener de un continente único que luego se habría fragmentado y originado los continentes actuales. Pero yo encontraba tales similitudes entre especies patagónicas y otras de Nueva Zelandia que parecían corroborar la hipótesis de un origen biogeográfico común. Luego, cuando se desarralló la tectónica de placas, la hipótesis de Wegener tuvo real sustento. Hasta ese entonces la zoogeografía, fundada a mediados del siglo XIX, estaba basada principalmente en la distribución de los vertebrados. Lo que hice fue una puesta al día desde el punto de vista de los invertebrados, que muestran en general relaciones a conexoines entre continentes mas antiguas que los vertebrados. Salieron algunas conclusiones curiosas que me condujeron a proponer la creación de una región, Cenogea (Nuevo Mundo), que uniera los EE.UU. y el sur de Canadá con Centro y Sudamérica. Aparentemente, durante el Cretácico, hubo una fuerte influencia sudamericana sobre Norteamérica en materia de invertebrados. Lo contrario ocurrió a fines del Terciario con los mamíferos. Allí propuse también una división del mundo en tres cinturones biogeográficos: holártico, holotropical y holantártico, que responden a antiguas conexiones más que a los actuales parecidos climáticos. Fíjese que veinte años después me vine a enterar que un biogeógrafo polaco, Szafer, propuso independientemente la misma cosa con muy pocas diferencias, en el mismo año y usando idéntica nomenclatura que la mía, pero basado en la distribución de plantas. De esa época es también un artículo que tuvo difusión, y que saqué en la revista Evolution, sobre las variaciones geográficas de la coloración en invertebrados, especialmente colémbolos. Yo había estudiado la colección de colémbolos del lnstituto Antártico Argentino y me habían llamado la atención las colores oscuros de esos animalitos polares. Tiempo después pude estudiar colémbolos amazónicos, que me sorprendieron por sus colores pálidos. ¿Sería que existe un gradiente geográfico en la coloración? Me puse a revisar las muestras de Tierra del Fuego, Patagonia, Bahía Blanca, La Plata, Río de Janeiro, etc., y comprobé que había una correlación entre latitud y tonalidad, no sólo en los colémbolos sino también en otros invertebrados y en vertebrados de sangre fría. Eso era interesante pues desde principios del siglo pasado se conocía la Regla de Gloger, válida para aves y mamíferos, que señalaba el decremento de la pigmentación cón la latitud. lncluso en el ser humano, las razas mas oscuras están cerca de los trópicos mientras que los nórdicos tienden a ser rubios y pálidos.

O sea, descubrió una regla anti-Gloger.
Exactamente. Y para mi satisfacción, un evolucionista muy conocido, Michael Rosenzweig, en 1974, en uno de sus libros propuso llamar con mi nombre esa regla. Pero la satisfacción no duró mucho tiempo: nadie le llevó el apunte y el mundo siguió girando sobre su eje.

Entonces, ¿se perdió la Regla de Rapoport?
Sí y no. A pesar de ese desastre, mi ego ha vuelto a regodearse ya que el año pasado otro biólogo norteamericano, George Stevens, llamó Regla de Rapoport a otra cosa distinta. Yo había encontrado que las especies de mamíferos, desde Panamá hasta Alaska, tenían áreas geográficas cada vez más extensas. De sur a norte, un incremento del área pero con superposiciones constantes entre especies del mismo género. Stevens trabajó en el tema y halló que el asunto también se cumple en aves, plantas, moluscos marinos, reptiles y otros grupos, no sólo en Norteamérica sino también en el Viejo Mundo. Así que creí estar a salvo, pero no por mucho tiempo, según parece. Una becaria del CONICET que trabaja conmigo, Adriana Ruggiero, ha estado estudiando la areografía de mamíferos sudamericanos y, con una falta total de cortesía y respeto para con su jefe, llegó a conclusiones distintas de las de Stevens.

¿Y usted aceptó esa afrenta?
De ningún modo. No me quedé atrás. Busqué y rebusqué la manera de encontrarle fallos a sus cálculos y creo que las hallé. Por un tiempito más seguiré siendo uno de los raros hombres con regla, en el hemisferio sur por lo menos.

Volvamos a Venezuela. ¿Por qué dejó ese país?
Cuando pude entrar a la Universidad iniciamos con Cela Gómez un experimento a largo aliento, que venía rumiando de años atrás: la relación entre el espacio de vida y los procesos de extinción de especies, un tema que después se llamó teoría biogeográfica de islas con el trabajo de MacArthur y Wilson. Debíamos monitorear los cambios de la microfauna del suelo en macetas desde muy pequeñas hasta muy grandes, y regarlas diariamente con agua destilada. Calculamos que íbamos a necesitar unos tres años para obtener datos significativos, pero al año y medio hubo algunos disturbios estudiantiles, entró por segunda vez la policía y clausuró la Universidad. El experimento, por supuesto, fracasó. Pero lo mismo ocurrió con cultivos y experimentos en otros institutos universitarios. En resúmen, mi conclusión fue que en Latinoamérica, por los vaivenes políticos, la inestabilidad económica, las huelgas, los disturbios, es mejor no encarar investigaciones a largo plazo. Un año después, una tercera intervención, esta vez por el ejército y hasta con tanques de guerra, vino a confirmármelo. Durante meses nadie pudo entrar en la Universidad. Cuando recibí una invitación de la Fundación Bariloche para regresar a Argentina, miré el mapa y constaté que la universidad mas cercana -uno de los sitios mas atractivos para los uniformados- estaba a 500 km. de distancia. Pensé "no hay peligro" y me vine en 1971. Pero me equivoqué de largo. La tranquilidad se acabó después del golpe de estado de 1976. La Fundación tuvo que despedir a mas de doscientas personas, entre ellas a mí, y sólo permaneció un pequeño grupo que sobrevivió con subsidios del exterior.

En la Fundación Bariloche usted trabajaba en temas de ecología geográfica, y de esa época es su Libro Areografía. Estrategias geográficas de las especies. Allí hay un prefacio humorístico que parece destinado a destruir la imagen de "extranjero misterioso" que el científico, según Jacob Bronowski, suele presentar ante los ojos de la gente. ¿Cómo se originaron ese libro y ese prefacio?
Un buen día me empecé a preguntar acerca de la extensión de las áreas ocupadas por las distintas especies, su distribución espacial, sus superposiciones y deformaciones, ese tipo de cosas. Cuando reuní la información que necesitaba obtuve algunos resultados sorprendentes acerca de las formas de esas áreas y su relación con el medio que permitían, por ejemplo, ver cómo las especies fragmentan un continente en virtud de ciertas tácticas y estrategias que emplean. El resultado fue ese libro, Areografía, en el cual yo quise hacer lo mismo que Chaplin con sus peliculas. El era director, argumentista, actor principal e incluso componía la música y yo, por mi parte, quise diseñar la tapa de mi libro, dibujar los números de los capítulos, ponerle viñetas y epígrafes aunque no tuvieran mucho que ver con el contenido científico. El prefacio humorístico representa una ruptura con la solemnidad habitual en la ciencia y que en definitiva sólo sirve para alejarla de la gente. Los científicos no son unos sabios que viven en el limbo, no son seres perfectos, infalibles. La ciencia es divertida, está llena de facetas humorísticas que pocas veces salen fuera del gabinete de trabajo o del laboratorio. Es un producto humano y quienes lo producen son personas que en lugar de dedicarse a otra cosa se dedican a la investigación. ¿Por qué encubrir algo tan obvio? Sin embargo, hay profesionales que sacan provecho del respeto que se tiene por ellos e imponen una solemnidad a sus actos que no condice con la realidad.

¿Cómo evalúa la tarea de la Fundación Bariloche en ese período en el que usted trabajo allí?
Creo que nunca en mi vida he trabajado tan a gusto, con tanta libertad y con un nivel académico impensable en cualquier universidad de esa época, incluyendo a las europeas. Había cero burocracia y gente de gran calidad humana. A modo de ejemplo le cuento una anécdota: en 1974, uno de los jóvenes ecólogos más prometedores que conocía era Exequiel Ezcurra. Y no me equivoqué, pues es actualmente una de las mentes más privilegiadas en Latinoamérica. En ese entonces lo dejaron cesante en la Universidad del Comahue, sede Neuquén, y vino a Bariloche a ver oportunidades de trabajo. Me preguntó qué posibilidades había en la Fundación y ahí mismo tomé el teléfono, hablé con el administrador y quedó contratado en el acto. Se quedó estupefacto. Vale decir, la Fundación confiaba en mi y yo tenia plena libertad para usar mi presupuesto anual de la manera que mejor me pareciera. Por supuesto que si metía la pata y me perdían la confianza, yo mismo me quedaba sin trabajo.

La siguiente etapa es México.
Yo no quería irme de Bariloche, así que aguanté durante un año haciendo artesanías y trabajando en instalaciones eléctricas. Aprendí a picar paredes y logré que la cuchara de albañil y el cemento obedecieran las instrucciones de mi cerebro. Al final acepté una invitación del Instituto de Ecología de la Ciudad de México, donde trabajé especialmente en el tema de la contaminación por especies en regiones urbanas, algo con connotaciones y proyecciones sociales y psicosociales muy interesantes. México es una ciudad terrible, la antitesis de Bariloche. No sólo es gigantesca (vive el equivalente a la mitad de la población argentina) sino también supercontaminada. Las áreas verdes han desaparecido casi por completo. Para riego usan las aguas servidas de la propia ciudad y el resultado es que un altísimo porcentaje de la población tiene parasitosis. Uno va al mercado y se maravilla del aspecto sabroso y atractivo de la fruta y la verdura, pero junto con estas venden desinfectantes que hay que usar para remojarlas durante media hora antes de comerlas, porque en caso contrario existe la posibilidad real de contraer enfermedades. Allí formamos un grupo que trabajó en temas como la flora de las calles y baldíos, su relación con distintos tipos de contaminación, sus orígenes geográficos, la fauna urbana (roedores, el número de perros, gatos, canarios, etcétera, por familia), las plantas cultivadas y su relación con el nivel social y económico, las plantas "mágicas". Mientras que en la Argentina tenemos la ruda macho, que trae suerte y aleja los males, en México existen otras especies de valor equivalente.

¿Por qué sólo la ruda macho? ¿La hembra no sirve?
En realidad no existen machos y hembras separados. Se trata de una planta hermafrodita, de origen mediterráneo. En España pregunté a mucha gente y parece ser que desconocen esas propiedades mágicas. Ni siquiera conocen el dicho "más común que la ruda"; allí crece silvestre y no la tienen en sus jardines.

A esta altura uno puede pensar que su vida personal y profesional ha sido una suerte de "paseo al azar", no sólo geográfico sino también dentro del campo de la investigación. ¿Es bueno eso?
Es arriesgado. Uno debe romper con el pasado constantemente, pierde tiempo, cada tanto se vuelve un principiante. Se gana en amplitud y se pierde en profundidad. Pero, como dije antes, uno no siempre puede elegir el arraigo, geográfico o profesional. Está el caso de mis hijos, por ejemplo. Los dos mayores empezaron la universidad en 1975, en tiempos del ministro Ivanissevich. Tuvieron muchas dificultades desde un comienzo, era una época de persecuciones, de matanzas, la vida de un estudiante era riesgosa. Salieron espantados. Los otros dos, por decisión propia, ni siquiera terminaron el secundario. Así que ahora, además de mis dos hijos menores, tengo dos hijos electricistas, otro leñador y otro agricultor.

No hubo transmisión hereditaria. ¿Eso lo afecta?
La época de m'hijo el dotor se acabó. Lo único que puede desear un padre de sus hijos es que sean felices.

¿Cómo se produjo su regreso a la Argentina?
Volví de México luego de trabajar varios años allí. No me consideraba un perseguido, pero la idea de regresar mientras en la Argentina hubiese una dictadura no era muy atractiva. En 1984 acepté trabajar en la Universidad del Comahue y sigo acá, en Bariloche. Al principio hubo grandes dificultades por problemas de espacio físico, porque en pocos metros cubiertos el Centro Regional Universitario, tenía un espacio equivalente al de una escuelita. Ahí estaba toda la gente, arrinconada. Hasta tenían que hacer turnos para ocupar un mismo escritorio. Traté de trabajar en mi casa pero es muy chica, los archivos y carpetas estaban en el altillo. Al final me ofrecieron una piecita de hotel y, bueno, por un tiempo me instalé ahí. La Fundación Bariloche había alquilado un hotel en la ciudad y la Universidad le subalquilaba la pieza.

¿Se puede hacer investigación en una pieza de hotel?
No, fue imposible. Además del problema de mi biblioteca, que no cabía en ningún lado, ocurría que quienes trabajaban conmigo estaban dispersos: unos en el INTA, otros en Parques Nacionales, otros en la Universidad. Finalmente conseguimos un subsidio del CONICET y construimos un laboratorio de 128 m2 donde trabajamos actualmente unas diez personas, entre investigadores, asistentes y becarios. El único aparato complicado que tenemos es una balanza, aparte de una computadora; el resto del equipo lo construímos nosotros. Es la gloria.(*)

(*) En 2007 la situación del Laboratorio Ecotono cambió. Hay equipos importantes y trabajan más de 40 personas. Pero Rapoport se encuentra retirado.

La gloria de un investigador argentino parece ser un tanto modesta.
Y, sí. Tratamos de elegir temas de interés patagónico que no requieran instrumental complicado. Por ejemplo, los dueños de la estancia El Cóndor nos cedieron en préstamo una hectárea que cercamos con alambre de púa para evitar el pastoreo de ganado y luego, dentro de ella, cercamos una parcela con alambre tejido para evitar el pastoreo de la liebre europea. Lo que estamos estudiando son los cambios ecológicos que ocurren cuando deja de haber pastoreo de vacas, y de vacas y liebres. Se requiere una cinta métrica, alambres, bastidores, nada excepcional.

El nombre de su instituto de investigación es ECOTONO. ¿Por qué se llama así?
Ecotono es un término técnico. Designa a la zona de contacto entre distintas comunidades vegetales: bosque-pradera, pradera-arbustal. Abrimos un concurso entre gente de la Universidad para proponer nombres. Entre las propuestas estaba "Ente Codisciplinario Organizado para el Tratamiento Óntico de Númenes Oropélicos" (ECOTONO) que resultó electo por mayoría. Como Bariloche, y el laboratorio, están en el ecotono bosque cordillerano-estepa patagónica, creo que el nombre está bien elegido. Pero en realidad ECOTONO es un hiperinstituto, del cual soy gerente general, integrado a su vez por institutos con un único investigador cada uno: se ha cumplido el sueño de que cada persona sea director del suyo propio. El mío se llama Centro Interdisciplinario Perimetral Apropiado en Problemas de Co-Propietarios Próximos y Transprimarios (CIPAPROCOPROTRA) y también tenemos los llamados Organización Conservadora de Inconvenientes Ortodoxos (OCIO), Unión Patagónica Intertransdisciplinaria de Ecólogos Subdisciplinados (UPITES), Instituto Intra-americano de Iconoclástica Independiente e Importador de Ideas ldiosincráticas lnterdisciplinarias Indiferentes (I x 8) ...

Está bien pero, ¿qué hacen esos institutos unipersonales? Antes mencionó el tema del cambio ecológico cuando se modifica el régimen de pastoreo.
Sí, la respuesta de la vegetación al raleo selectivo en zona de estepa patagónica. Otros temas son: incendios forestales, areografía de mamíferos sudamericanos, ecología de un mallín cordillerano, modelos matemáticos de la distribución espacial de la vegetación, ecología y geografía de roedores patagónicos. Además de los investigadores que trabajan en estas áreas tenemos varios tesistas de la Universidad del Comahue que se ocupan de cuestiones tales como disturbios experimentales, bancos de semilla, herbivoría y modelos de dispersión.

¿No le molesta trabajar en condiciones tan precarias?
Por supuesto que molesta, pero no queremos que ello nos impida hacer investigación. Salvo la luz, el agua y el gas, que son cubiertos por la Universidad, todo gasto sale de nuestros bolsillos. Obviamente economizamos al máximo y elegimos temas baratos, que son infinitos. Trabajamos en sitios cercanos al laboratorio para ahorrar combustible. Si nos llega un nuevo investigador o tesista debe traerse su propio mobiliario y, si no lo tiene, tomamos serrucho y martillo y lo fabricamos. En ese sentido aprendí de Haldane, mi ideal como científico. En aquel instituto de genética de Nueva Delhi, Haldane tuvo que hacer ciencia pobre, pero de allí surgieron resultados verdaderamente relevantes.El era un ser humano fascinante, se vestía con ropas indias y enseñaba que para hacer buena ciencia no es necesario anclarse a aparatos caros o complicados o demorarse en espera del subsidio.

Además de sus trabajos de investigación, en estos momentos está filmando un cortometraje. ¿De que trata?
Es para la televisión. Si pudieramos obtener algún beneficio con él quizá ECOTONO acabaría autofinanciándose. El cortometraje (o, si somos optimistas, el primero de ellos) trata sobre plantas comestibles de ésta región, el noroeste patagónico. Resulta que aquí hay plantas que crecen naturalmente, muchas de las cuales tienen inmerecida fama de venenosas, y que en realidad son excelentes alimentos. Empezamos con las especies alóctonas, extranjeras, para no molestar a la naturaleza y a Parques Nacionales. Son malezas, increíblemente abundantes, como el diente de león y el alfilerillo, ambas europeas, o la "lechuga del minero" norteamericana, que ha sido la base de alimentación de muchos pueblos en el oeste norteamericano, desde épocas remotas y es semejante al berro. Sólo aquí en Bariloche hay cuarenta especies comestibles, y con mi mujer y mis hijos hacemos ensaladas, albóndigas, sopas. Bueno, todo esto lo queremos contar en el cortometraje: cómo reconocer estas especies, cómo hacer comidas con ellas. Sería un aporte para la subsistencia de la gente de por aquí. Hemos filmado una buena parte y nos falta incorporar el sonido, pero aún los recursos no nos alcanzan así que, si algún lector de Ciencia Hoy se interesa en el proyecto, ya sabe adónde debe dirigirse.(*)

 
El documental se terminó de filmar y editar en mayo de 1990. Faltando sólo la música de fondo, ladrones nocturnos penetraron en el estudio de grabación y se llevaron todos los equipos, incluyendo el master y la única copia terminada. Trece años después, Luz Rapoport volvió a realizar otro documental como trabajo final de su licenciatura en cinematografía en el INSA.


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En la actualidad usted es reconocido como una autoridad mundial en el tema de la invasión por especies, una forma muy particular de contaminación ambiental. Sería interesante que expusiera sus ideas a este respecto.
Las especies vegetales o animales compiten entre sí, unas viven de otras, o bien conviven y "colaboran" mutuamente. En una superficie determinada hay siempre un máximo de especies que pueden vivir, un valor de saturación de especies. Si se agregan otras nuevas habrá un disturbio por "sobresaturación", esto es, aumentará la competencia o la depredación, y algunas especies desaparecerán. Por eso existen las jaulas de los zoológicos y los canteros de los jardines. Desde el siglo XVI, en que empezó el comercio mundial intensivo de especies, el planeta se fue convirtiendo en un gran jardín botánico y zoológico. Si se quiere un jardín donde convivan la rosa china, la margarita europea y el pino canadiense hay que trabajarlo, podarlo, carpirlo. De otra forma sería condenar a muerte a muchas especies. Esto es lo que está ocurriendo a nivel mundial. Las que se están extinguiendo son las especies más raras o las menos agresivas. Es la destrucción de un material genético único, irrepetible. Y no se trata solamente de que estamos legando a nuestros hijos un mundo empobrecido, sino de que, además, nadie sabe cual podría ser la utilidad de esa riqueza en el futuro. No se conoce con certeza la totalidad de especies que hay en el mundo; en realidad solo hemos estudiado una minoría. ¿Cuánta potencialidad hay todavía en materia de flora y fauna? No lo sabemos. Hay un medicamento contra la leucemia que se ha logrado a partir de las propiedades de una planta originaria de Madagascar, Catharanthus roseus. Pero en Madagascar el 90% de los bosques han sido destruidos. ¿Cuántos otros medicamentos potenciales se habrán perdido? Y desde el punta de vista moral, el hombre, una especie más, no tiene derecho a considerarse dueño del mundo.

Habría por lo tanto que explicitar una ética y una estética ambientales.
De esa cuestión me he ocupado en diversas publicaciones, y quizá podríamos reproducir algunas ideas mías por separado. Pero, bueno, la contaminación por especies es el tema al que dedico la mayoría de mis estudios actuales. Por ejemplo, hemos empezado a catalogar las malezas escapadas de su región biogeográfica original o transportadas por el hombre y resulta que tenemos más de 10.000 especies registradas sobre un total de 250.000 especies de plantas superiores. Y esto que ocurre con las malezas también sucede con animales y microorganismos: todo indica que las regiones biogeográficas se estan mezclando, que hemos abierto las jaulas del zoológico y ahora, en lugar de un jardin edénico, tenemos un planeta en el que se ha declarado la primera guerra mundial de las especies.

¿Por qué la primera? ¿No hubo otras? La historia del planeta ha sido más bien accidentada.
Desde luego hubo ciertas guerras parciales en tiempos remotos. Hace unos cinco o seis millones de años, a fines del Terciario, se unieron las dos Américas y se produjo un intercambio de flora y fauna entre ambas. Y allí, entonces, por competencia, depredación, quizá por cambios climáticos e incluso por la intervención del hombre, el amerindio, parte de la riqueza de las especies se perdió. Pero la extinción de especies en la actualidad no tiene parangón, ya que no se trata sólo del intercambio entre dos continentes, sino entre todos los continentes e Islas. Es impredecible saber qué puede ocurrir en el futuro. Por ejemplo, hemos recorrido toda Tierra del Fuego y descubrimos que las especies introducidas están en todas partes, excepto en las cumbres montañosas y en las turberas. Y eso ocurre incluso dentro del Parque Nacional salvo en unas poquísimas hectáreas. Son especies vegetales europeas: por cada una de ellas hay un espacio vital menos para las autóctonas. Estamos transformando la naturaleza sin sentido.

En muchos casos esa forma de contaminación está motivada por criterios estéticos. Se desdeñan ciertas especies animales y vegetales por su "fealdad" y con ello se pretende justificar su destrucción, mientras que a otras, a las que se considera "hermosas", se las protege y se comercia con ellas. Es de suponer que para un ecólogo estas valoraciones han de ser irritantes.
A veces sí. Hay plantas y animales "in", que dan prestigio, y otras que son "out", las especies "mersa". Pero los criterios cambian con el tiempo. ¿Qué habrá sido de los perros pomerania, que eran in cuando yo era chico? No los veo por ninguna parte. Durante la época victoriana los ingleses importaron las Aspidistra de China y las clases pudientes las cultivaron como plantas de interior en todo el mundo, incluso en la Argentina. Durante las décadas del '30 y '40 fueron adoptadas por los restaurantes chic de Buenos Aires y ya para los '50 desaparecieron de las casas de gente rica pero sobrevivían en los cafés, lecherías y pizzerías. Hoy prácticamente no se ven en ningún lado, como ha ocurrido con las calas y cicas. Estas últimas se siguen usando, pero sólo para fabricar coronas mortuorias. Es verdad que la mayoría de estos cambios de moda no tienen trascendencia ecológica, pero hay casos en que sí la tienen, como sucedió con nuestros aguaribay, llevados del Perú a México por el primer virrey; allí se escaparon de cultivo e invadieron extensas zonas, en detrimento de la vegetación natural. Casos como éste se cuentan por centenares. Aquí mismo, en Bariloche o en San Martín de los Andes, hachan los cipreses patagónicos, las lengas, los coihues, y los reemplazan por sus equivalentes norteamericanos o europeos: pinos, abetos, arces, que se transformaron en invasores. Lo primero que hace una persona que ocupa un terreno es arrasar con el michay, Berberis darwinii, nada menos. Pero en Gran Bretaña es una de las plantas ornamentales más comunes en los jardines. Y a veces el material genético que sale de aquí es desarrollado en el hemisferio norte y luego vendido entre nosotros como gran novedad. Si la gente no se educa, no aprende a reconocer la belleza de nuestros ecosistemas, en pocos siglos los bosques patagónicos habrán de ser reemplazados por un tutti frutti y los atractivos turísticos se perderán en buena medida. Si voy a Europa yo espero encontrar allí castillos, pueblos e iglesias medievales y renacentistas. Si los reemplazan por rascacielos de aluminio y vidrio, por más bonitos que sean, no iré a hacer turismo por esos lados.

Pero además esas especies invasoras pueden amenazar, por ejemplo, la producción agrícola. En la Argentina hay muchas plagas importadas.
Restringiéndonos a la Argentina, y a especies voluntariamente introducidas por la gente que gusta de la caza y pesca, ya se han liberado búfalos africanos y rinocerontes -que por suerte fueron eliminados a tiros-, ciervos colorados, ciervos dama, jabalíes, codornices californianas, truchas, carpas ... A fines del siglo pasado se liberaron 36 liebres europeas cerca de Rosario y pocos años después fueron declaradas plaga nacional. Con Dora Grigera hicimos una encuesta a nivel nacional y países limítrofes para seguir el curso de la plaga. Calculamos que el frente de avance progresó a razón de unos 19 km por año y hoy ocupa prácticamente la totalidad de nuestro país, todo Uruguay y buena parte de Chile, Bolivia, Paraguay y el sur de Brasil. Lo mismo ocurrió con el gorrión, especie europea que se la "regalamos" a nuestros vecinos, como hicieron los EE.UU. con México. Los chilenos, por su parte, nos mandaron el conejo silvestre. La importación del conejo le costó a Australia lo mismo que una guerra, aunque trataron de detener su avance con vallas y defensas de alambre tejido de más de mil kilómetros de longitud. Imagínese el costo de ello que, por otra parte, resultó totalmente ineficaz. En ciertos lugares, el conejo incluso provocó la extinción de pájaros, porque exterminó las plantas de las que se alimentaban. La literatura está repleta de casos como estos, de gente bien intencionada pero mal informada y que deja una herencia de desastres ecológicos con los cuales deben enfrentarse las generaciones que les siguen. Veremos que pasará cuando el conejo llegue a la provincia de Buenos Aires. O si se escapan y naturalizan los Quelea quelea que venden las pajarerías de Buenos Aires. En África forman nubes y cuando descienden sobre los cultivos no dejan ni un grano.

¿Existe algún control para prevenir esos riesgos?
Sí, pero los servicios de vigilancia y sanidad tienen un presupuesto ridículamente bajo y no pueden hacer milagros. A través de las fronteras, puertos o aeropuertos pueden ingresar especies desconocidas en el país y potencialmente perjudiciales. En una maceta con una plantita, o en un simple ramo de flores puede haber virus, bacterias, insectos, hongos patógenos, nemátodos, que sólo se detectan después de varios años, cuando ya la plaga aparece en un sitio y es imposible erradicarla. Cuando se contamina el aire desde una fábrica, la cosa queda generalmente restringida a una zona geográfica. Pero si una especie se escapa de control no hay quien la detenga: solamente pueden hacerlo las barreras naturales. A pesar de sus buenos servicios cuarentenarios, en los EE. UU. entran en promedio unas seis nuevas plagas de insectos por año. En la Patagonia, hemos calculado que aparecen anualmente cinco nuevas plantas invasoras.

¿Cuál es su opinión acerca de los parques nacionales y de las políticas que se han seguido a propósito de ellos?
Empiezo por aclarar que la idea de un parque nacional al que pueda acceder cualquiera a tomar vacaciones o que se preste a la utilización económica me parece una aberración. Sabemos que a nivel mundial se nos están extinguiendo entre una y dos especies vegetales por día, y entre 50 y 250 especies animales por día. Por tanto una idea sensata y científicamente fundada acerca de qué debería ser un parque nacional es esta: es un lugar en donde el hombre deja tranquila a la naturaleza para que haga su juego. Creo que es peligroso modificar o interrumpir el curso de la evolución. Lamentablemente vivimos en una sociedad de desarrollo furioso. Por ejemplo, aquí tenemos el Nahuel Huapi, mitad parque nacional y mitad reserva: una zona teóricamente intocable y otra que, con restricciones, puede ser utilizada con fines económicos. Pero la mitad de la reserva ya se ha cedido para grandes explotaciones ganaderas y en el mismo parque nacional hay ya tantos pobladores estables como en la reserva. Es una traición a los deseos originales del Perito Moreno cuando cedió estas tierras para que nuestro país tuviera el primer parque nacional y la primera reserva de Sudamérica. Y justamente las tierras que se entregan para desarrollo ganadero son las que corresponden al ecotono y a mallines (vegas turbosas), que es donde ocurre el mayor endemismo de especies raras, en peligro de extinción.

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Al parecer, una política eficaz en la materia debería respetar un conservacionismo basado en fundamentos científicos, lo cual no parece haber ocurrido.
En la Argentina nunca se diseñó una verdadera política científica de conservación a largo plazo. Se suponía que los parques nacionales, por el solo hecho de existir, ya representaban un umbral adecuado de protección para la flora y la fauna. La experiencia recogida en diversas partes del mundo permite concluir que ello no es cierto. Australia, por ejemplo, tiene 2.500 parques y reservas y 2.200 especies de plantas amenazadas o en peligro de extinción. Pero solo el 38% de ellas está en alguna reserva. Y de estas últimas hay un tercio que no están a salvo. Lo mismo ocurre en la Argentina: una primera prospección de los veinte parques nacionales ha permitido concluir que en diez de ellos ya se han producido extinciones en la fauna de mamíferos. Por otro lado, en la Argentina se cometió el error de establecer los parques nacionales en áreas de especial belleza natural o demasiado próximos a centros urbanos. La belleza paisajística es de gran atractivo turístico y, como la experiencia lo ha demostrado en las últimas dos o tres décadas, turismo y conservación del germoplasma (recursos genéticos) difícilmente pueden ir juntos, o por lo menos no bajo las formas actuales. Como si esto fuera poco, los parques nacionales fueron utilizados para promover el desarrollo regional. Se instalaron potreros de engorde de ganado, cotos privados de caza, criaderos de peces exóticos, plantaciones forestales, centros poblacionales ...

Pero existe una Administración de Parques Nacionales. ¿Qué papel desempeña en todo esto?
La Administración de Parques Nacionales es un organismo débil. En total, su personal llega a unos 550 empleados, de los cuales 150 son agentes de control (guardaparques). Para tener una idea comparativa, es bueno aclarar que sólo el Parque Nacional Trentino, en ltalia, está cuidado por unos 300 guardaparques, mientras que el Parqué Nacional Tierra del fuego tiene sólo cuatro. A través de practicamente toda su historia, Parques Nacionales ha estado asediada por grupos de presión de muy diversa índole: gobiernos provinciales, políticos, representantes de las "fuerzas vivas", empresas madereras, empresas turísticas, entidades de pesca y caza, empresas industriales, empresas de bienes raíces, constructoras, ganaderos y pobladores. Incluso, durante un tiempo, pasó a llamarse "Dirección de Parques y Turismo". El resultado, previsible, fue que se hizo mucho para el turismo y muy poco para los parques, y las palabras mágicas que siempre sirvieron para justificarlo fueron (y son) "el país esta en crisis" o "no se puede detener el progreso". No todo el mundo está de acuerdo, por supuesto, en qué es verdaderamente el "progreso". Hace ya 48 años un biólogo sueco, Santesson, escribía: "Desde 1934, en que se abrió el ferrocarril hacia el Nahuel Huapi, mucho se ha hecho para conveniencia de los turistas, desafortunadamente a costa de enormes valores científicos. Los naturalistas deben lamentar profundamente abusos fatales tales como la tala de árboles y la plantación de pinos canadienses, hechos que están ocurriendo allí ahora". No es díficil prever que diría hoy ese mismo autor.

La suya es sin duda una posición conservacionista extrema, opuesta al "desarrollismo" que prevalece. ¿Cree que es posible llegar a alguna forma de conciliación o síntesis entre ambas propuestas?
Admito que el desarrollismo lleva las de ganar y que mi posición no tiene muy buena prensa. Sólo me queda vociferar bajito. El desarrollismo se presta más a la demagogia y quizá por ello goza de mayor simpatía por parte de los políticos y administradores. El gobernador de una provincia patagónica dijo hace un tiempo que "Parques Nacionales tiene una política cerrada, cristalizada en un conservacionismo estático y no dinámico, carente de vocación participativa". Un senador provincial propuso una nueva Ley de Parques Nacionales "para que los pobladores no tengan que soportar las insolencias de Parques Nacionales y para que las tierras neuquinas puedan ser disfrutadas sin que tengamos que pedir permiso a nadie". Una empresa consultora, mediante una buena promoción periodística y tocando los resortes políticos adecuados, logró que Parques Nacionales cediera todas las tierras necesarias a fin de crear un Centro Turístico de Esquí y Deportes de Invierno, incluyendo un camino de 30 ó 40 km (que, naturalmente, respetará las tierras privadas y pasará por áreas de Parques Nacionales), con la edificación de hoteles (2.000 camas en una primera etapa) y viviendas en propiedad horizontal. Todo fue logrado bajo repetidas amenazas -siempre verbales- de desafectar esas tierras en caso de haber resistencia por parte de Parques Nacionales. El área a desarrollar, precisamente, es uno de los pocos lugares del Parque Nacional Nahuel Huapi aun no afectado por vacas, ciervos europeos, pobladores, caminos, turistas o incendios. Nada de esto me hace ser optimista con respecto al futuro, pero es necesario seguir denunciando el exterminio de especies y la contaminación, educar a la población, promover la creación de nuevas instituciones destinadas a apoyar el proteccionismo. Lo ideal seria llegar a un acuerdo con el desarrollismo, pero para eso sería necesario detener el desenfrenado avance de la Frontera agrícola y quizá modificar la ubicación de los parques nacionales. El actual trazado cubre no mas del 1 % del territorio argentino y, en la practica, protege no mas del 0,1 %. Habría que llevar ese 1% por lo menos a 10% y emplazar los parques en regiones que, de hecho, poseen flora y fauna únicas en el mundo y que están mejor conservadas que las de los parques actuales.

Usted, además de ecólogo, es escultor. ¿A qué ismo pertenece su obra?
Al mío propio. Me considero el primer escultor-ecólogo taxonómico que haya aparecido en el hemisferio sur. En el hemisferio norte el único que me precedió fui yo mismo, en Caracas, hacia 1967. Ahí empecé con la llamada Serie Negra de esculturas en madera. Después, en Bariloche, seguí con la Serie Blanca. Expuse mis obras aquí en 1974 y 1988, y también en México en 1982. En realidad, si no fuera un cobarde, cambiaría la ecología por la escultura.

Parece advertirse en su concepción global del hombre y la naturaleza el eco de algunas creencias orientales, quiza budistas. ¿Es asi?
Ni orientales, ni budistas. Místicas, tal vez, dudosamente místicas. Pero eso es transitar por terrenos muy resbaladizos. Algún otro día podríamos charlar sobre el asunto.

¿Son incompatibles esas ideas con la investigación científica?
No. Son complementarias. 

Sobre los prefacios

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Si entendemos bien, el prefacio es un nicho ecológico no ocupado: se trata de una trama trófica simple en donde la energía (producida por el autor) es acumulada en forma de letras sin que los consumidores primarios (lectores) la utilicen en su totalidad. Una pérdida lamentable. El prefacio tendría que utilizarse para otras cosas, tendría que ser el lugar donde el autor desahogue sus tensiones, en donde no solamente se insulte a sí mismo sino, también, al lector y al rector de su universidad en los términos más duros posibles: una especie de psicoterapia de grupo, de válvula de escape para todas las represiones. También tendría que utilizarse el prefacio para explayarse sobre cualquier tópico no relacionado con el tema del libro y que el autor no ha tenido oportunidad de expresar en ninguna publicación científica. Por ejemplo: sus odios, sus manías y pasatiempos, sus máximas rabietas, sus gustos culinarios, los últimos chistes científicos, los episodios cómicos que le ocurrieron en algunos de sus experimentos ...
Si yo leo un libro de Margalef, me gustaría saber quien es Margalef, que opina Margalef de sí mismo, cuales son sus gustos y aficiones, si toma vino y cuáles son sus marcas preferidas, si odia o no la bouillabaise. Eso me dará preciosa información que guardaré en mi memoria para imitarlo o no en el futuro. O para invitarlo a cenar, cuando se presente la oportunidad. Propongo, entonces, que cada autor ponga un currículum vitae humanizado y, al mismo tiempo, tenga oportunidad para corregir los currículum vitae de otros colegas a quienes conoce bien y de quienes no opina de la misma manera que ellos de sí mismos. Eso no agregaría nada a la ciencia pero, en cambio, vitalizaría la historia de la ciencia hasta puntos jamas alcanzados. Esto significaría, entre otras cosas buenas, que los libros de ciencia dejarían de estar en casa y uno podría llevarlos a la sala de espera del dentista. Si así fuera siempre, los prefacios serían mucho más importantes que el texto mismo, y hasta me atrevería a pronosticar que alguna vez serían leídos.

Del prefacio a Areografía. Estrategias Geográficas de las Especies, México, Fondo de Cultura Económica, 1975.

 
Ética y estética ecológicas

El termino "polución" como sinónimo de contaminación estuvo de moda en los pueblos de habla hispana unos pocos años, hasta que quedó en desuso. En este sentido, es posible que la Real Academia de la Lengua Española se haya apresurado demasiado al aceptar esa acepción en el diccionario. En su uso correcto, polución es sinónimo de eyaculación o efusión del semen. Una fábrica que emite contaminantes al aire por sus chimeneas, o a los ríos por sus efluentes líquidos, produce un disturbio en la flora y fauna, eliminando las especies sensibles y favoreciendo las resistentes. La introducción de especies invasoras por el hombre produce efectos en cierto sentido semejantes a los de la contaminación química ya que -directa o indirectamente- excluye ciertas especies y favorece a otras. En todo sentido es una verdadera contaminación por especies y se acerca más al concepto de polución sensu stricto ya que, en numerosos casos, se producen hibridaciones con las especies autóctonas afines. La introducción forzada de especies, algunas veces, puede constituirse en una verdadera polución ya que inyecta sus genes en los ecosistemas naturales. A diferencia de la contaminación química, física (calor, radiactividad) y biológica (microorganismos patógenos), la contaminación por especies es más insidiosa y difícil de controlar. Es más insidiosa porque pasa inadvertida para la mayoría de las gentes; lentamente, individuo por individuo y especie por especie, la flora y la fauna van siendo reemplazadas hasta dar origen a una nueva asociación de carácter cosmopolita. El aspecto de la comunidad o ecosistema no necesariamente cambia, así como el número de individuos o el de especies. Pero algo se ha perdido: el acervo cultural de la región y, por ende, del país y del globo entero. Porque el acervo cultural no consiste sólo del lenguaje, tradiciones, artes, literatura y tantas otras actividades de la vida humana. También hay que agregar el paisaje. Y en el paisaje están implicadas las plantas y animales que allí existen, sirvan o no sirvan para el ser humano.
Un maestro espiritual dice que la perfección reside en que cada cosa esté en su lugar. El Monte Olimpo tiene su significado en el lugar donde está. Si lo llevo a Nueva York crearé un adefesio como el castillo inglés que fue trasladado a California. Un adefesio como lo son los jardines con palmas y césped de plástico. Un adefesio como los bosques de eucaliptos australianos en áreas "parquizadas" de Caracas, en donde se taló previamente un bellísimo bosque tropical.
Todo es cuestión de educación y de amor. Y amor significa respeto y admiración por la obra de la naturaleza. Para el lego, un bosque es más hermoso que una pradera y ésta es más hermosa que un desierto. El ecólogo que estudia y comprende la belleza de las cosas naturales, aunque en otro plano, esta muy cerca del santo y del místico que sienten profundo respeto y admiración por la obra natural. El desierto, si se lo conoce se lo ama y está tan repleto de belleza como el bosque. De la misma manera, y para poner el caso opuesto, el hombre de la ciudad puede quedar admirado ante un campo invadido por malezas de flores vistosas. Para el agricultor, que entiende el significado de esas malas hierbas, ese mismo campo puede constituir un espectáculo deprimente. A su vez, tanto para el hombre de la ciudad como para el campesino, un parque nacional invadido por árboles y arbustos exóticos introducidos por el hombre puede constituir una vista admirable, caso totalmente opuesto al del ecólogo que entiende su significado real. La falta de cultura ambiental -normalmente asociada a fallas de la sociedad- puede condicionar a una persona a que no le afecte la acumulación de basuras frente a su casa. Y aún sin esas fallas sociales, el hombre puede condicionarse a no saber distinguir entre una artesanía popular creativa y original de otra vulgar e imitativa como los tan difundidos cuadros con paisajes "chinos". En definitiva, ética y estéticamente, la contaminación por especies constituye un emporcamiento ambiental que debemos saber distinguir. Si a esto unimos la odiosa violencia que ejercemos innecesariamente sobre las floras y faunas, la perdida del patrimonio cultural de nuestros países, y los tremendos costos sociales y económicos que trae aparejados, no hay lugar a dudas que debemos considerar este problema como de primera prioridad, en cualquier política de control de la calidad ambiental.

De "Transporte y comercio de especies invasoras", en Ciencia y Desarrollo, nº 27, México, 1979.

Foto: Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.